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Mourinho en el Purgatorio

18 Agosto 2011

El Barcelona, sin Alexis Sánchez, ganó la súper copa española y sigue agrandando su palmarés. Los incidentes condimentaron una final histórica. Por Jaime Caucao G.

Jaime Caucao >
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Repetiré algo que leí por ahí: “Este Barcelona ya sólo tiene dos rivales dignos: la historia, y ellos mismos”. Por más que el Real Madrid haya contratado a un egópata como Mourinho y haya desembolsado cientos de millones de euros en refuerzos, la cara de Florentino Pérez cuando acabó el partido, refleja mejor que cualquier cosa la amargura de un cuadro merengue que ni aún jugando en su mejor nivel del último tiempo, pudo arrebatarle la súper copa española a un Barcelona que va derecho a inscribir su nombre como el mejor equipo de la historia. Eso sí, lo más rescatable para los catalanes fue, sin duda, el título, pues  su nivel de juego no estuvo a la altura de lo que se esperaba del cuadro culé, aunque las atenuantes a su favor son muchas.

Este súper clásico es como una fábula infantil donde se enfrentan dos fuerzas antagónicas que son la encarnación misma de conceptos: los valores de Guardiola contra los antivalores de Mourinho, el sentido de la pertenencia y la familia de Sandro Rosell, contra el sentido del negocio en Florentino Pérez, la vanidad y egocentrismo de Cristiano Ronaldo contra la humildad y sencillez de Lionel Messi.

Bajo esa lógica, el final siempre es previsible y la empatía de la mayoría ya se sabe con quién va. Pero como esto es un deporte (y un negocio y varias cosas más) las cosas se resuelven en la cancha y ahí todo partió como un deja vù. El Real Madrid salió disparado en ataque y antes del minuto tuvo una ocasión que supo acumular a otras durante los minutos iniciales. Varios jugadores catalanes acusaban la pretemporada, Piqué entre ellos, que entre tanto waka waka acabó perdiendo la concentración y regaló varios balones que por obra de Valdés y un necesario toque de fortuna, no acabaron en el fondo de la red culé.

Pero luego las fuerzas volvieron a su cauce normal sobre todo por obra y gracia de un chico del que un día le hablaremos a nuestros nietos, si así como van las cosas aún nos queda planeta, eso sí. Su nombre es Lionel Messi y posee la mejor zurda de su tiempo, el mejor dribbling, la mejor gambeta. No se le encoje el corazón cuando ve venir a Pepe, con esa bestialidad tan suya, directo a cortarle un pierna. Lo fintea y pasa. Sigue. Sale otro al camino, vuelve a pasar. Las camisetas blancas van quedando atrás, como fantasmas de infancia que se alejan a medida que la luz final del arco se acerca. Ahí está el cancerbero, Iker Casillas, uno de los mejores arqueros españoles de todos los tiempos que, sin embargo, tiembla de ira e impotencia al ver venir a esa Pulga argentina disparado como un rayo con el balón, abriendo un surco y quemando la tierra en el sitio donde posa sus botines. Catorce veces han sido, contando las dos de ayer, en que Messi ha clavado el acero de su espada en el corazón de Iker, rindiéndolo ante su zurda mágica.

Mientras tanto, Guardiola se enerva en el banco y nos sume a todos en el desconsuelo primero, y el desconcierto después, cuando no hace entrar a Alexis Sánchez y en cambio manda a la cancha a Fabregas, Keita y a Adriano… ¡de puntero derecho!. Este Guardiola ¿es un genio o es el tipo con más suerte en la historia del fútbol mundial? Aferrado a mi cerveza en un bar que apestaba a humo de cigarrillo, cosa que apenas soporto, pensaba que si el Madrid anotaba el tercero (Benzema lo había empatado) lo destrozaría con mil maldiciones por ponerse a hacer experimentos cuando la situación del partido era completamente dramática y yo diría, hasta desfavorable. Pon a Alexis unos minutitos, viejo, por Dios Santo ¿qué diablos estás esperando?, le decía mentalmente. La cara del chileno apenas se veía en la segunda línea de asientos del banquillo, y uno podía imaginar su tremenda ansiedad. Pero Guardiola va y manda a Adriano a jugar en la que debía ser su posición y un par de minutos después, el brasileño se despacha un impecable centro con su peor pierna para que Messi aparezca por el corazón del área y saque una nueva estocada, la última del torero, para que el gran Real Madrid una vez más muerda el polvo de la derrota.

Los incidentes finales sólo son parte del folclore futbolístico. Era una batalla entre los dos rivales más jurados de España, no podía terminar sin un poco de pimienta, el toque preciso para que el espectáculo alcance el sabor preciso. Mourinho, eso sí, nunca me ha gustado. Me parece la encarnación misma de la pesadez y la competencia antideportiva. No tiene espíritu lúdico para entender el juego, sino que uno netamente exitista. Por eso, verlo abrazado a su alter ego, Florentino Pérez, es como leer el final de un cuento infantil, donde los malos siempre terminan mordiendo el polvo de la derrota. Santiago Cañizares dijo algo muy sabio y hasta profético sobre Mourinho: “El fútbol, tarde o temprano, lo dejará en el lugar que se merece”.  Y ayer lo dejó en un buen lugar para él.

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