Opinión: La RSE ante el test de la coherencia

Opinión: La RSE ante el test de la coherencia

14 Octubre 2013

Las RSE no logran traspasar las barreras de la desconfianza tan instalada en la sociedad. Es más, las visiones críticas de la RSE señalan que ésta parece una herramienta para construir una forma de reputación más basada en el decir que en el hacer.

Ignacio Larraechea >
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*Por Ignacio Larraechea, Gerente General Acción RSE

Hace unos días, PULSO publicó las principales conclusiones del  Informe Global de Sustentabilidad Corporativa 2013, dado a conocer por el Pacto Global de las Naciones Unidas, haciendo notar que aún en empresas altamente comprometidas con la RSE, existe una brecha en la cual “las palabras están por delante de las acciones” (words are ahead of actions). El estudio, realizado con las respuestas de 1.712 empresas de 113 países, revela si bien las compañías se comprometen con el establecimiento de metas y políticas exigentes, aún tienen trabajo por hacer en cuanto a implementación, medición y comunicación. El documento destaca, eso sí, que “hay un movimiento desde las buenas intenciones hacia las acciones concretas”.

Sin ninguna duda, las prácticas empresariales se han renovado en los últimos 10 años: medidas de transparencia en los gobiernos corporativos, programas pro calidad de vida de los trabajadores, instancias de diálogo y colaboración con las comunidades, incorporación de tecnologías limpias, por nombrar sólo algunas, comienzan a instalarse como un “must” en las grandes empresas, lideradas, muchas veces, por las transnacionales.

Pero algo pasa en la comunicación de estas políticas y acciones que sus ejecutores no logran traspasar las barreras de la desconfianza tan instalada en la sociedad. Es más, las visiones críticas de la RSE señalan que ésta parece una herramienta para construir una forma de reputación más basada en el decir que en el hacer, en muchos casos a través de acciones de filantropía o ceremonias glamorosas a las que asisten cerrados círculos de influencia.

Y es que si bien ninguna de estas expresiones son negativas en sí mismas, producen desde recelo hasta indignación entre quienes ven al empresariado como un todo y las contrastan con casos de alta repercusión pública en que han quedado de manifiesto desprolijidades, negligencia o abusos, algunos de ellos constituyendo delitos o faltas a la normativa vigente. Eso es lo que expresó la periodista Mónica González cuando no hace mucho declaró en un programa radial que “la responsabilidad social empresarial es una historia de marketing asquerosa”.

Es en este contexto en el que se puede entender la postura de los detractores de la RSE: un vector está en malas prácticas visibles y otro, el que lo hace explosivo, es un discurso público aparentemente comprometido con el desarrollo sustentable, que no encuentra reflejo en la realidad percibida. El paralelo con las conductas de las personas es obvio: las malas acciones nos parecen más repudiables en aquellos que predican la bondad y se erigen en jueces de los demás…

Por eso, en un entorno en el que la desconfianza ciudadana sigue en aumento, la tarea para las empresas es doble: por una parte, apurar el paso en la incorporación de políticas y mejores prácticas y, por otra, celebrar menos las supuestas virtudes. El ideal sería asegurar que las palabras vengan después de los hechos, como demostración de verdadera y profunda coherencia.