[OPINIÓN] Jóvenes y esperanzas postergadas

[OPINIÓN] Jóvenes y esperanzas postergadas

02 Agosto 2013

El ejemplo de "Los Pingüinos" encendió la conciencia y la protesta que siguió expresándose en las nuevas generaciones, como en aquellos universitarios que hasta hoy no cesan de realizar multitudinarias protestas callejeras ampliamente respaldadas por la población.

Juan Pablo Cárdenas >
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Los momentos de cambio más brillantes y profundos de la historia son protagonizados por los jóvenes que asumen la convicción que su compromiso debe ser con el presente antes que con el porvenir. Las grandes revoluciones, tales como la emancipación de América, fueron consumadas por el arrojo y el riesgo que asumieron las nuevas generaciones. De esta forma, los héroes que hoy reconocemos de esas gestas fueron esos jóvenes resueltos a romper con la institucionalidad que cuestionaron y salir al campo de batalla a infringirle definitiva derrota a quienes defendían el orden establecido.

La revolución francesa, el levantamiento bolchevique y el emblemático triunfo de Fidel Castro en Cuba tuvieron como luchadores a una juventud indignada que se movilizó en las calles y, por cierto, llegó hasta tomar las armas para combatir la soberbia de los poderosos y emprender los cambios que ellos mismos se plantearon. Como se sabe, los partidos políticos tradicionales no son nunca la vanguardia de las grandes transformaciones y su rol histórico más bien ha sido defender el orden constituido que superarlo. Justamente, cuando los grandes movimientos rebeldes derivan en partidos es cuando sus conductores empiezan a  oponerse a las nuevas exigencias sociales y, por supuesto, a degradarse espiritualmente. De esta forma es que muchos de los militantes de las justas causas devienen en simples operadores del sistema instaurado, poniéndose al servicio de la clientela política de quienes deciden perpetuarse en la dirección de las instituciones públicas, como de sus mismas colectividades.

En la explosión del Movimiento de los “Pingüinos”, sus líderes no fueron capaces de sostener mucho tiempo su descontento y movilización. Acaso por su extrema juventud y candidez, fueron efectivamente engañados por una clase política que les ofreció muy pobres soluciones y promesas, ejerciendo, además, una parafernalia publicista y mediática que llevó a oficialistas y opositores, tomados de sus manos, a celebrar una conciliación que creyeron sellada con los dirigentes secundarios. Sin embargo, el ejemplo de los estudiantes colegiales encendió la conciencia y la protesta que siguió expresándose en las nuevas generaciones, como en aquellos universitarios que hasta hoy no cesan de realizar multitudinarias protestas callejeras ampliamente respaldadas por la población.

La frustración que provocaron las demandas burladas convenció a los jóvenes que los cambios no podrían ser posibles dentro del marco institucional heredado de la Dictadura y el sistema económico y social sacralizado por los gobiernos y los parlamentarios del pos pinochetismo. De esta forma es que una nueva Constitución, la Asamblea Constituyente y un sistema electoral proporcional son hoy las nuevas banderas de lucha de un país que ya está harto de la concentración de la riqueza, los salarios de hambre y la inicua explotación extranjera de nuestros yacimientos y servicios básicos. De la usura que modela nuestros sistema financiero y previsional. Del escandaloso lucro que persiguen las administradoras de salud y los establecimientos educacionales privatizados.

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