Así es, las demandas sociales que han florecido en este tiempo, parecen una repetición de lo suscitado a inicios de 1900, en pleno Parlamentarismo, donde el desinterés de la clase política sobre los problemas de la sociedad provocó un malestar generalizado, cuyo fastidio se canalizó de manera informal pero espontáneamente, hasta constituirse, finalmente, en una fuerza política, “la cuestión social”.  

En efecto, es esta “cuestión social”, término acuñado por la filósofa política H.Arendt, la que logró transformar la pobreza en fuerza política durante la Revolución Francesa, triunfando sobre la monarquía e instaurando un nuevo régimen. 

Para allá va nuestra “cuestión social” 2.0, a que estas movilizaciones sociales tengan repercusión en las estructuras políticas (partidos, instituciones, Estado) azuzándolos a que adopten medidas drásticas o sean, conjuntamente, “derogadas”.

Al menos así ocurrió en el Chile de 1924-25; la parsimonia y la desconexión de la política con la realidad afectó, inclusive, a los que gozaba de la reserva de las armas y a punta de ruido de sables obligaron a los parlamentarios aprobar regulaciones de carácter sociales, especialmente, laborales que estaban durmiendo hace varios años. Después, la historia es conocida; Constitución del 25, los primeros derechos sociales económicos consagrados, el término del parlamentarismo y el restablecimiento del presidencialismo.

Parece que nos dirigimos por el mismo camino, no al extremo de militares en los palcos del parlamento ni tampoco la caída del sistema político, pero si replanteando la forma de hacer política, en particular por los partidos; incentivando el ejercicio de derechos civiles y político; revitalizando los derechos sociales económicos y, quién sabe, quizás, logrando una nueva Carta Fundamental.

Foto: Flickr CC / Jooakow ♫