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La política sin consecuencia no es política, es engaño

15 Enero 2013

La consecuencia se sustenta en el sentido común y en la proyección constante de las ideas, a través de valores éticos y morales puestos al servicio de lo propio, del prójimo y de lo público.

Andrés Gillmore... >
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Por Andrés Gillmore, secretario y vocero de Corporación Costa Carrera-Cuenca del Baker Aysén.

No hay nada más difícil que ser consecuente en la vida, ya que significa mantener el discurso lógico de las ideas en armonía con el comportamiento práctico con el cual procedemos en todo orden de cosas. Ser consecuente no significa que no podemos cambiar de idea y que debemos dejar de lado el proceso de transformación lógica de las ideas y de la conciencia de acuerdo con las experiencias y las informaciones que vamos recibiendo durante la vida.  Ser consecuente es tener la capacidad de entender el cambio y la única manera de entender la evolución de los conceptos es siendo consecuentes. El inmovilismo es el mayor atentado en contra de la consecuencia. Ser consecuente es entender la evolución bajo una ética y una moral de los procederes sustentado en la evolución de las ideas.

En el difícil mundo de la política tan desprestigiada desde el mundo ciudadano, sucede por la falta de consecuencia en la toma de decisiones por los políticos. Se discursa de manera consecuente, pero se obra de manera inconsecuente. Algunos ejemplos actuales nos ponen de sobre aviso y ha sido desde siempre: el gobierno lanza con bombos y platillos un plan de desarrollo nacional de turismo, pero por otro lado tenemos una política energética que no respeta el medio ambiente y destruye las regiones, que es precisamente en donde esta la proyección de turismo nacional.

 No es un camino fácil de llevar, la consecuencia tiene costos enormes para aquellos que optan por este camino difícil y pedregoso en un mundo regido por los inconsecuentes. En Aysén tenemos el ejemplo del senador Antonio Horvarth del partido RN, quien obrando en consecuencia con sus principios morales y éticos, sin dudarlo ha ido en contra del represamiento de los ríos de Aysén por parte de las transnacionales HidroAysén y Energía Austral, porque como aysenino e ingeniero sabe que las intenciones no son buenas y destruirán el fundamento de Aysén y no resolverán el tema energético bajo ningún aspecto. Eso le ha costado al senador una lucha interna tremenda con sus propios compañeros dentro del partido en Aysén, que no entienden el planteamiento y lo atacan vilmente. Pero quien conoce al senador, entiende que esa era la única actitud posible esperada en el, aunque con ello fuera en contra de la corriente. Hubiese sido más fácil alinearse con el partido y apoyar el proyecto energético, pero la obligación de la consecuencia superó al senador Horvarth y asumió su rol sin dudarlo respetándose a si mismo y a sus votantes.  

Los ejemplos como el senador Horvarth son pocos y muy raros, porque ser consecuente cuesta sobre llevarlo. La más importante recompensa que entrega la consecuencia, es estar bien con uno mismo, eso se proyecta en la vida y en todo lo que haces, aunque no garantiza nada y lo más seguro es que nadie te lo agradecerá pero marca la diferencia. Siempre recuerdo el consejo de un gran amigo que ya no esta con nosotros, cuando decidí hace muchos años trabajar por mi comunidad, me dijo: acuérdate siempre que lo haces por una necesidad personal, si esperas reconocimiento mejor quédate en la casa.

Bajo esos parámetros éticos para los que no entienden el concepto, piensan que ser consecuente es ser rígido, estático, involutivo, pero no es así. La consecuencia se sustenta en el sentido común y en la proyección constante de las ideas, a través de valores éticos y morales puestos al servicio de lo propio, del prójimo y de lo público. Bien llevada es una herramienta eficaz de mucha utilidad y trascendencia, pero es poco valorado. La proyección de la consecuencia tiende a perderse en la vorágine del mundo actual, anda perdida y ciega en los rincones del mundo intelectual, pero que no trasciende.

Los países desarrollados especialmente en los de origen nórdico, con miles de años de sociedad y en constante evolución a años luz de lo nuestro. Entendieron que por muchos bienes materiales que se obtengan, si no los obtienes con consecuencia en la eficacia de los protocolos y de como te relacionas internamente con la consecuencia práctica, difícilmente obtendrás como sociedad, familia u organización un desarrollo sustentable y no lograrás los objetivos que pretendes, aunque lo des todo por ello. La falta de consecuencia se proyecta de lo general a lo privado y nunca será capaz de producir el cambio verdadero hacia un mundo mejor.

La mayoría de esas personas que se guían bajo la luz de la consecuencia, no suelen ser comprendidas por la gran masa de inconsecuentes que dominan el hacer. Son atacadas constantemente y poco comprendidas, porque bajo los valores de análisis de los inconsecuentes son personas poco maleables, difícil de guiarles, con actitudes que para un común se ven duras e intransigentes. Ser consecuente es ser específico y detallista. Las lealtades bajo la consecuencia no son dirigidas a líderes o instituciones, son específicos y orientados a objetivos claros y concisos del bien común por sobre todas las cosas. Sin falsas ideologías, en estricta relación hacia el bien de todos. Todo aquel que se pierda en la búsqueda del camino de la consecuencia, es un obstáculo para el bien común, sea quien sea y no importa lo que represente o venda.

Estudios sicológicos y sociológicos realizados a nivel de grupos socio económicos y culturales diversos y afines, indican que la consecuencia va en estrecha relación con la educación que te imponen en el mismo seno familiar, donde la ética, la moral y las buenas costumbres se proyectan en donde creces y te desarrollas. Son concepciones que conviven juntas y dependen las unas de las otras, dictaminando las actuaciones y como vemos la vida. Por eso tenemos en el Chile actual una dicotomía de las formas. Los inconsecuentes se escudan en un discurso consecuente y eso sorprende a los mismos inconsecuentes, porque no saben que el que escuchan es un inconsecuente y lo siguen, pensando que es un consecuente, cuando en verdad no lo es.

Muchas veces la falta de consecuencia se posiciona socialmente por miles de patrones estructurales que dirigen al sujeto y forman las concepciones de desarrollo. Nos acostumbramos a ello y nos encontramos en un mundo lleno de inconsecuentes en puestos de lideranzas de gran representatividad, haciéndose muy creíbles y pasándose por consecuentes, porque se toman y se aceptan en base a presupuestos ideológicos que los inconsecuentes usan para justificarse, en un mundo que no sabe reconocerlos y cede por omisión.

Puede que en muchos de los casos sean muy respetables estos inconsecuentes, no es un delito, solo hasta que meten las manos. A veces esa misma inconsecuencia es insípida y no afecta a la sociedad, pero las inconsecuencias públicas y la de los falsos liderazgos es profunda y se escudan en el mal evaluado discurso del bien común que siempre es tan inconsecuente.

La inconsecuencia es un boomerang que es lanzado fuertemente y con desdén, vuela tan lejos que se pierden por su alto vuelo y pueden pasar hasta pasar desapercibidas por momentos y se pueden perder en la inmensidad de los años, inclusive por siglos, pero siempre vuelven y si te descuidas y eres uno de esos inconsecuentes, te exponen y te destruirán a pesar del tiempo pasado, sobre todo en el mundo publicó. La inconsecuencia ajena es muy fácil de ver y de distinguir. Lo difícil es reconocer la propia y saber cambiarla.

En el Chile de hoy lo que menos existe es consecuencia entre el discurso y el actuar. Un día se dice una cosa y luego se dice otra. Los interlocutores creen que pasa desapercibida y sienten que no hay responsabilidad del hacer con inconsecuencia, que no vale la pena el esfuerzo de la consecuencia. En la mayoría de los casos se perdona lamentablemente y estamos llenos de casos en el mundo público. La inconsecuencia no es más que un reflejo condicionado y vuelve en aquellos que no saben manejarlo y reconocerlo. Se cambia, se usa y se transa de acuerdo a las necesidades y de los objetivos que se pretenden, con ello se tapan las propias inconsecuencias en las mismas consecuencias de los otros. Por eso la política sin consecuencia es un engaño.

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