Plasmo aquí mis impresiones y sansaciones, tras recorrer más de 850 mts. bajo el mar, por el Chiflón del Diablo,la única mina de carbón con ventilación natural en el mundo.
Por breves instantes nuestro guía turístico nos invita a apagar las lámparas adosadas a nuestros cascos. El resultado es la oscuridad absoluta, el negro más profundo, o mejor dicho El Alma del Carbón. A decenas de metros de profundidad bajo el nivel del mar hacemos un recorrido por la Mina Chiflón del Diablo a la cual llegamos desde Concepción no sin dificultad pues no hay señalización y fácilmente se pasa de largo por el cruce que nos lleva a este sitio histórico. El desvío dice “Subterra”, en los cierros de madera de una sencilla parroquia casi a la entrada de Lota, desde allí hacía la costa llegamos a una bifurcación y nuevamente a adivinar cual de los dos caminos hay que escoger, optamos por el más confiable, y por fin llegamos al letrero que dice “Visite el Chiflón del Diablo”.
Sencillos ex mineros salen a nuestro encuentro anunciándonos la pronta salida (o bajada) del siguiente tour hacia el interior de la mina. Nos sorprendemos con la amabilidad y los saludos. Los visitantes quedarán con gratos recuerdos de esta visita y como en la sencillez abunda la riqueza. Me detengo para destacar la capacidad de adaptación que tuvieron estos ex mineros, quienes al cierre de la mina fueron beneficiados con programas de reconversión que los llevaría a adoptar nuevos oficios y tareas muy distintas a la desarrollada por años, por ellos y sus antepasados. Pero estos ex mineros que nos atienden con cortesía propia de profesionales del turismo son la excepción, la mayoría de los programas de reconversión no tuvieron los resultados esperados y Lota se hunde en la desesperación de la cesantía y la pobreza.
Lo primero es velar por la seguridad del turista, así es que nos entregan un casco dotado con equipo de iluminación, el cual es atado a la cintura y nos enseñan como se enciende. Trámite concluido nos dirigimos a los ascensores que nos llevaran varios metros bajo el mar e iniciaremos el recorrido por parte de la historia del carbón, del minero y de esta ciudad que hoy reclama su lugar en la memoria del país.
Llegando a la galería principal, nuestro guía nos da una verdadera clase magistral sobre la historia del Chiflón del Diablo, sus particularidades técnicas y las anécdotas ligadas a la filmación de la película Subterra, por ejemplo nos señala que el nombre se debe al libro de Baldomero Lillo, Subterra, y que el nombre original era Chiflón Carlos, además nos cuenta de los caballos, de tipo “caballito chilote” que eran utilizados para acarrear el mineral al interior de las galerías, mantenidos en pesebreras y llevados una vez al año a la superficie, obviamente de noche para que poco a poco se acostumbrara nuevamente a la luz. También nos muestra y prueba un teléfono alemán de comienzos de siglo XX que aún se encuentra operativo. Hasta nos enteramos sobre como hacían sus necesidades los mineros junto a un tambor de cal. También nos divierte con una espontánea “prueba” que responde con aplausos si acertamos a sus preguntas, sobre historia de la mina o sobre lo que él ya ha expuesto.
Así, iluminados solo por nuestros “cascos-linternas” avanzamos y avanzamos sorprendidos por historias y anécdotas que nuestro hábil guía nos relata. Reímos de buena gana con “El patas negras” un dicho muy popular en nuestro país que tiene su raíz en la creencia de que la mujer tenía como amante a un minero el que quedaba en evidencia cuando por el piso de la casa quedaban las huellas de sus pies (huyendo seguramente). La carbonada, caldo tan popular en Chile, también habría tenido aquí su origen.
Al emerger desde la profundidad, agradecemos la dedicación y aplicación que ponen todos los que allí trabajan, preocupados por nuestra seguridad y bienestar, damos un pequeño paseo por las locaciones de la filmación de Subterra, la premiada película de Marcelo Ferrari filmada en este recinto.
No es sencillo hacer turismo donde sufrieron la explotación cientos de mineros en inhumanas jornadas de trabajo junto a sus pequeños hijos de 10 o 12 años, no es sencillo mirar la jaula del pajarito, y pensar que la vida dependía de un canario, estas aves avisaban con su propia muerte si había presencia de gas dando la señal a los trabajadores de que era imperativo subir o morir.
Aún así, bajo la mirada del turista, hay elementos que podrían mejorar, la señalética, por ejemplo. El Teatro de Lota es una hermosa construcción y resulta extraño ver el estado de abandono en el que encuentra. Tal vez el Alma del Carbón quiera darle un rumbo definitivo hacia el turismo a esta zona que merece una mejor suerte de la que ha tenido hasta ahora...