Ciberactivismo: ¿Revolución con un tweet?

23 Febrero 2012

Jorge Fábrega es PhD en Políticas Públicas, Académico, Escuela de Gobierno, Universidad Adolfo Ibáñez. Ricardo Valenzuela es sociólogo de la Universidad de la Frontera y analista de redes sociales en Tinto Comunicaciones.

Hans Gotterbarm >
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El uso de medios sociales (por ejemplo, Twitter y Facebook) ha aumentado significativamente en muchos países, así como también ha aumentado su influencia sobre la discusión pública. El rol que han jugado en las sublevaciones surgidas en Egipto, en las elecciones australianas y norteamericanas o en la protesta global frente a la ley SOPA en Estados Unidos son claros ejemplos de aquello.

En algunos análisis se presenta con tal entusiasmo la irrupción de los medios sociales que dejan la sensación que estamos frente a un nuevo “fantasma que recorre el mundo”, el fantasma del ciberactivismo! Un poder de organización transformadora donde el anonimato y el ordenador son lo que en un activista offline vendría a ser la capucha y la molotov; y donde el relato emerge espontánea y democráticamente desde cientos o miles de voces dispersas, como en el pasado emergía en las reuniones muchas veces clandestinas de compañeros, camaradas o correligionarios. Aires de optimismo son los que dan impulso a la vela ciberactivista y junto a la efervescencia política canalizada en las redes virtuales, los medios han encontrado un nuevo héroe de las causas perdidas, un “nuevo sujeto revolucionario”.

El ciberactivismo no debe ser entendido como una revolución en sí mismo. En cambio, debe entenderse como una sociedad que reclama existencia y participación en la toma de decisiones, luego de ser excluidos por años del sistema político por Estados sordos. Y esto con mayor fuerza en países con verdaderos traumas políticos en materia de democracia.

No obstante, la organización de la protesta en línea comparte con otros fenómenos sociales el comportamiento en cascadas. El comportamiento en cascada es lo que sucede en una corrida bancaria o en la decisión de salir a la pista de baile sólo cuando ya existe suficiente gente en ella. Una cascada exitosa es masiva y de ella se derivan consecuencias: desde sistemas financieros que colapsan a fiestas que resultan inolvidables. Pero la mayoría de los intentos por producir tal masividad fracasan. Llevado al plano del ciberactivismo, son pocos los ciberactivistas que logran momentumen torno a sus causas justas, es decir, que logran una escala de participación tal que motiva a muchos a integrarse masivamente a ella. La visibilidad de la ciberprotesta está reservada para unos pocos. Por cada ciberprotesta exitosa, descansan en el cementerio de las causas perdidas cientos de otras. Por eso existe una cierta economía de las ciberprotestas en la que los defensores de causas en Internet deben competir por la atención y participación de esa masa anónima y desorganizada.

Si a eso se agrega que suele ser más fácil lograr acción colectiva cuando se lucha “contra algo” que cuando se “propone algo”, es de esperar que las ciberprotestas que logran más masividad sean, precisamente, las más generales; es decir, aquellas que ponen en la mente de los cibernautas enemigos más abstractos y universales cuya “maldad” queda afuera de toda duda como, por ejemplo, un sistema económico que empobrece o un sistema educativo que no educa.

Si las ciberprotestas con más probabilidad de éxito son también las más abstractas, entonces, cuando el ciberactivismo logra remecer a actores políticos y económicos, la generalidad de sus demandas dificulta la concreción de soluciones y su canalización por vías institucionales. Por ello, pareciese ser que cada vez que una nueva causa frente a la cual se hace “ciberjusticia” se torna visible, el número de adherentes crece exponencialmente para luego decaer con un impacto mínimo en su objetivo político. Virtualpolitk sin Realpolitk.

Por lo anterior, el ciberactivismo no debe ser entendido como una revolución en sí mismo. En cambio, debe entenderse como una sociedad que reclama existencia y participación en la toma de decisiones, luego de ser excluidos por años del sistema político por Estados sordos. Y esto con mayor fuerza en países con verdaderos traumas políticos en materia de democracia. Así, los social media se han convertido en un refugio para las masas que ya no se reconocen en la tradición que antes tuvo carácter constitutivo como diría Habermas. Los ciudadanos cibernautas buscan en la red comunicar su descontento, criticar el orden establecido, pero usando las palabras del sociólogo alemán Niklas Luhmann, no se comprometen a reemplazarlo.

La inmediatez y masividad que permiten las redes sociales garantizan larga vida al ciberactivismo. Muchas cascadas se seguirán produciendo. Algunas serán verdaderas batallas épicas. En el intertanto una nueva ciudadanía abierta a confrontar el conflicto, opinante y participativa se abrirá camino en el espacio público. Lo que queda por escribirse es quiénes y cómo serán capaces de transformar la Virtualpolitk en Realpolitik.

 Fuente: www.elmostrador.cl 

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