La(s) República(s) de Chile

11 Febrero 2012
Es el triste caso de la(s) República(s) de Chile, esas que demandan desde hace siglos identidad territorial, autogestión y autodeterminación, pero que siempre se ven postergadas en función de Santiago. No importa: nuestros gobernantes han intentado hacer lo mejor posible.
Diego Vrsalovic >
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Al proceso de consolidación territorial del Estado chileno lo suelo llamar “expansionismo hacia adentro”, pues nuestros grupos dirigentes no consolidan un territorio que es propio, sino que anexionan territorios extranjeros o que no les pertenecen dentro de límites ficticios fijados por Constituciones que no tenían más validez, por lo menos en una primera etapa, dentro de la franja descrita anteriormente. El norte era de peruanos y bolivianos, la Frontera era de los mapuche, la región de los Canales pertenecía a algunos otros pueblos originarios. En síntesis: la élite gobernante se deja para sí territorios ajenos.

Mi proposición, en este caso, es que no existe sino el mito de la República Unitaria, sino que el de las repúblicas de Chile. ¿Se han fijado que siempre es el mismo tipo de casa o que el currículum educacional es igual para todo el país, aun sabiendo todas las diferencias que existen en este territorio? Ello da cuenta de una identidad nacional con símbolos fuertes impuestos desde el primer día de la constitución como “chilenos” sobre bases muy débiles.

Chilenos todos: podéis hablar tranquilamente de la República de Tarapacá o de la República de La Araucanía. Ambos territorios no pueden ser sino parecidos, aunque con resultados diferentes. Mientras que en el norte el pampino ve un pedazo de desierto cargado de historias, en el segundo territorio no se encuentra sino conflicto y el fracaso histórico de nuestro Estado por constituir una comunidad.

La Araucanía es la tierra de la confrontación, de las deudas no resueltas, del desarrollo aparte. Mientras que el mapuche es despojado de su tierra, el colono es mirado mal pues es el “legítimo ocupante”. Hoy los descendientes de ambos, que nada tienen que ver con esos arreglos viciados de antaño pagan las consecuencias de aquel tiempo.

Tarapacá, la tierra del desierto, del salitre, de la antigua bonanza, posee todas las ventajas que no tiene La Araucanía. Allí el Estado, independiente de todos los conflictos, materializó una identidad utilitaria y funcional: es útil mientras apacigüemos los ánimos y mantengamos a los obreros en silencio. Sin embargo, ello trajo efectos secundarios: existe un territorio con características propias.

Si Jorge Lanata, destacado periodista argentino dirá que es argentino “porque espera” (a que caiga Perón, a que caiga la dictadura), con propiedad puedo postular que soy chileno “porque intento”. Siempre intentamos hacer las cosas sin observar los resultados. No nos importa si quedo bien o mal, sino intentar hacerlo. Esta es la más fiel demostración: el Estado chileno intentó crear una comunidad nacional cayendo, finalmente, en el más rotundo de los fracasos.

Es el triste caso de la(s) República(s) de Chile, esas que demandan desde hace siglos identidad territorial, autogestión y autodeterminación, pero que siempre se ven postergadas en función de Santiago. No importa: nuestros gobernantes han intentado hacer lo mejor posible.