Opinión: Pasar agosto o cómo sobrevivir un año y medio

Opinión: Pasar agosto o cómo sobrevivir un año y medio

09 Agosto 2016

A medida que pasan los días surgen nuevos acontecimientos o hechos que en vez de amainar los ánimos sólo contribuyen a exacerbar el descontento, la rabia, el malestar y la desilusión ciudadana.

Rodrigo Duran >
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Temido por algunos (ya sea por los bruscos cambios de temperatura u otros que pueden atentar a la salud) el octavo mes del año entró con todo y de lleno en la arena sociopolítica con una serie de hechos, declaraciones, entreveros, destape de nuevos delitos o acciones que incurren en prácticas impropias de la actividad pública, entre otros. Es agosto, mes de transición entre Julio y Septiembre donde el invierno comienza a declinar y se comienzan a percibir los primeros brios de una primavera que, ojalá, traiga consigo la muy necesaria renovación, con aires de frescura y colores que recuperen el optimismo de las chilenas y chilenos con sus proyectos, sus anhelos y sus vidas en un escenario donde los últimos dos años han sido caóticos y donde se prevé que el futuro inmediato no sea del todo mejor. Al respecto bien cabe recordar esta cita que describe, y bastante, el pensamiento de nuestra elite política en el actual escenario país:

“(…) yo no sé si el país aguanta año y medio con esta crisis. Lo cual no obsta a que se seguirá haciendo política del día a día, a pesar de la persistencia del complejo cuadro que yo veo (…)”.

Al leer esta cuña, que refiere básicamente a la existencia de una crisis institucional en Chile, uno perfectamente podría adjudicársela a algún personero de la oposición, pero no. Porque lo cierto es que la cita corresponde a una extensa entrevista que el ex presidente Lagos dio a un influyente medio de comunicación abordando diversos temas propios de la coyuntura y que han marcado la agenda durante el último tiempo, especialmente desde el 11 de marzo de 2014.

Las declaraciones del ex mandatario no dejaron indiferente a ningún sector, especialmente en el oficialismo. Y es que a medida que pasan los días surgen nuevos acontecimientos o hechos que en vez de amainar los ánimos sólo contribuyen a exacerbar el descontento, la rabia, el malestar y la desilusión ciudadana con quienes han detentado el poder en forma irresponsable, incurriendo en abusos, recompensando la incompetencia o los favores políticos por sobre la meritocracia y el esfuerzo individual. Hay un dolor ciudadano latente, especialmente con la actividad política y con el ejercicio de la función pública, que no resiste mayor análisis o justificación porque los hechos son elocuentes, hablan por sí mismos y vasta con revisar las informaciones disponibles para entender que la situación es insostenible en el mediano – largo plazo. En este sentido bien cabe preguntarse, y yendo más allá de la crítica o los cuestionamientos per se: ¿Qué estamos haciendo como país, como sociedad, como sujetos en derechos y deberes, para intentar revertir esta situación? ¿En qué momento ese espíritu que nos une en causas sociales y solidarias de unidad aflora o emerge para sentarnos a conversar, debatir y dejar nuestros intereses ideológicos a un lado para dar paso a un visión orientada al bienestar y bien común?

Hay quienes sostienen que Chile no vive una crisis institucional sino más bien política donde son las elites quienes estarían haciendo mal las cosas y serían éstas las responsables de esta crisis de descrédito, descontento y desencanto. Hace algunos días el mismísimo ministro vocero de gobierno, Marcelo Díaz, afirmaba que lo que realmente ocurre es que se había agotado el sistema de gobernabilidad del país, dejando entrever la incapacidad de su gobierno en gestionar no sólo crisis puntuales sino cualquier tipo de coyuntura, la carencia de cuadros técnicos que implementen reformas, la inexistencia de políticos de fuste que logren reencausar el camino de crecimiento y desarrollo del país mientras los operadores políticos hacen de las suyas con tal de cumplir su objetivo de administrar el Estado en algo propio de la izquierda como es esa vocación de poder que, aún en los peores escenarios o donde no se ve por donde, logra una y otra vez ganarle elecciones a una derecha que, buscando renovarse, pasó de llamarse “Alianza por Chile” a “Chile Vamos” con líderes frescos y renovados tales como Joaquín Lavín, Evelyn Matthei, Manuel José Ossandón, Andrés Allamand y Sebastián Piñera, entre otros. Aunque por otro lado, y si hablamos de renovación, quizás no sea el mejor ejemplo lo ocurrido con la transición desde la Concertación hacia la Nueva Mayoría. De hecho, el tiempo le terminó por dar la razón al ex ministro Alberto Arenas con su “júzguenme por los resultados”: estancamiento de la economía y, por ende, de la generación de puestos de trabajo, índices de desaprobación históricos a la gestión del Ejecutivo con una aprobación que hace rato no supera el 20%, restricciones a la libertad individual de las personas, negligencia en la gestión de temas sensibles tales como salud (colapso del sistema), educación (reforma educacional aumenta su rechazo, se solicita renuncia a rectora de nueva universidad estatal de Aysén incluso antes de entrar en operaciones), déficit financiero y crisis del sistema de transporte público en Santiago, postergación de las regiones en materia de fomento, desarrollo y productividad, entre otros que podríamos seguir enumerando.

Con todo, y en virtud de hechos, lo cierto es que podríamos inferir que el desafío ya no sólo se circunscribe a los afanes pintorescos de “pasar agosto” o cómo intentar sobrevivir el año y medio que le resta a la Nueva Mayoría como gobierno. Lo que a este país, a nuestro Chile, le está faltando hace bastante rato es tomarse y hacer las cosas con seriedad, con sentido país y responsabilidad. De elevar el nivel del debate en algo que vaya más allá del prejuicio ideológico o esa cosa que tanto gusta el establishment de ver todo bajo el desgastado prismático del plebiscito del año ´88 que, a falta de propuestas programáticas o iniciativas de presente – futuro, bien sirven como excusa para justificar su permanencia en el poder. Debemos ser capaces de sentarnos a conversar, de reflotar el diálogo como oportunidad para generar consensos y lograr esa muy necesaria unidad que favorezca levantar a nuestra nación proyectando los años venideros en base a una planeación y objetivos concretos que nos permitan retomar la senda del liderazgo que nos caracterizó en alguna época. Y en este rol no sólo es clave que los políticos entiendan y realicen un muy necesario mea culpa sino también que sean capaces de someterse al accountability ciudadano que va mucho más allá de mostrar “manos limpias” mientras esconden en el resto de sus cuerpos las evidencias de sus fechorías. Pero también, en la otra vereda, Chile necesita ciudadanos y personas responsables, no sólo conscientes de sus derechos sino también de sus deberes, que entiendan que con su voto no puede estar condicionado al bien de consumo inmediato que reciban por parte del candidato o candidata de turno sino que hay una cuestión mucho más de fondo que tiene relación con las competencias y habilidades, tanto duras como blandas, necesarias para un ejercicio óptimo, prolijo, transparente y eficiente del cargo. Por eso la invitación es clara y enfática: dejemos de ser cortoplacistas, de preguntarnos cómo pasar agosto o sobrevivir hasta el 11 de marzo de 2018 y comencemos a pensar en cómo somos capaces de (re) construir juntos un mejor país para todas y todos.

Por. Rodrigo Durán Guzmán

Twitter: @rodugu

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