Tarapacá y su identidad multicultural

Tarapacá y su identidad multicultural

05 Diciembre 2014

Nuestra identidad multicultural se expresa también en la evolución de todo lo que se refiere al Patrimonio Inmaterial -lenguas, tradiciones, celebraciones religiosas, etc.- las cuales van adaptándose a las nuevas corrientes.

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Por Lucía Silva, Fundación Para la Superación de la Pobreza

Al llegar a la adolescencia, los jóvenes comienzan un proceso desde el cual definen lo que son, sus valores, sus fortalezas, sus gustos, debilidades, etc, en definitiva, un proceso de construcción de su personalidad y de diferenciación de sus pares. Este proceso de construcción y conocimiento de la identidad  ayudará al joven a tomar decisiones importantes en su vida, como si fuera una carta de navegación que lo acompañará durante toda su adultez.

Si para el individuo es importante tener clara su identidad, lo mismo ocurre para una colectividad. Cuando se discuten temas como el desarrollo de la región de Tarapacá, es condición fundamental descubrir su identidad.

Una tesis plausible para encontrar la identidad de Tarapacá  podría ser su multiculturalidad, como lo  han planteado algunos investigadores regionales. “Hagamos un pequeño ejercicio histórico”:

Desde antes de su incorporación al territorio nacional, durante el siglo XIX, este territorio se ha caracterizado por la diversidad de sus habitantes. Primero, el Imperio Inca  y la llegada de los conquistadores españoles, produciéndose un mestizaje entre éstos y la población originaria que hasta hoy habita este territorio (aymaras, quechuas y changos). Posteriormente, con la formación de la nación peruana, comienza en la región la explotación del güano, que trae como consecuencia la llegada de esclavos chinos como mano de obra barata. Luego de la Guerra del Pacífico, parte la chilenización del territorio, con sus propios códigos sociales y culturales, y la llegada de miles de chilenos venidos de todas las regiones y extranjeros de Europa, atraídos por el auge del salitre. Con la instalación de la Zofri ha habido nuevas oleadas de inmigrantes de origen asiático (chinos, hindúes, pakistaníes) y en la actualidad, la actividad minera ha atraído más inmigración desde Sudamérica (principalmente peruanos, colombianos y bolivianos), además de chilenos provenientes de otras regiones y etnias (mapuches).

Todo lo anterior ha hecho de la región un lugar rico en sincretismo cultural, donde sus habitantes desde sus orígenes diversos han podido mantener sus propias tradiciones y costumbres, aunque también incorporar e interpretar elementos culturales que recién se integran al territorio, asimilando estos elementos como propios.

Ejemplos de los antes expuesto, hay varios. Los bailes y festividades folklóricas, como la fiesta de La Tirana, son el mejor ejemplo de cómo la cosmovisión andina confluyó con el cristianismo que trajeron los españoles, teniendo como producto una de las festividades más representativas de la región, que ha traspasado fronteras. No es casualidad que en las ferias de Alto Hospicio, convivan aymaras con mapuches, o bolivianos con colombianos y chilenos de regiones alejadas del sur. O que existan tantos restoranes “Chifa” por habitante y subsistan símbolos chinos, como el dragón.

Nuestra identidad multicultural se expresa también en la evolución de todo lo que se refiere al Patrimonio Inmaterial -lenguas, tradiciones, celebraciones religiosas, etc.- las cuales van adaptándose a las nuevas corrientes que van llegando, sin perder eso que la hace propia (un ejemplo, los bailes “indios” de La Tirana, inspirados en los westerns estadounidenses que se proyectaban en las oficinas salitreras).

Somos una región multicultural y de inmensa riqueza inmaterial, ese es nuestro potencial. Tenemos mucho que aportar al país, además de nuestras riquezas mineras y los servicios asociados a la actividad comercial, por lo que urge reconocer qué significa ser tarapaqueños y tarapaqueñas y, a partir de ahí, establecer una hoja de ruta con la cual poder innovar y establecer políticas y programas de desarrollo que permitan una gradual autonomía de la metrópolis, así como también un desarrollo sustentable y equitativo que beneficie a todos y todas en sus distintos territorios subregionales.

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