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La insolencia de la Concertación. Columna de Matías Carrozi

01 Agosto 2011

El Presidente se equivocó al hacer show (y con tanta anticipación) en momentos en que, haga y diga lo que sea, le encontrarán pésimo todo. Me queda el consuelo de que se los advertí con anticipación, así que culpa no hay.

Matías Carrozi >
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Tenía lista la tercera (y última) parte sobre el autogol del Gobierno a raíz de su cambio de gabinete, pero a la luz de los acontecimientos de ayer, entre la rotería de dejar plantado al Presidente de la Republica y la llegada de dos nuevos integrantes a la Cámara Alta, no pude evitar que John McClane, inmortal teniente de la policía yankee, me abrumara con su célebre frase “me carga cuando tengo la razón”.

Pero bueno, sería masoquista también seguir enumerando las razones por las que creo que el Presidente se equivocó al hacer show (y con tanta anticipación) en momentos en que, haga y diga lo que sea, le encontrarán pésimo todo. Me queda el consuelo de que se los advertí con anticipación, así que culpa no hay.

Pero pasemos a lo advertido en bazofias anteriores.

La insolencia de la Concertación (por si no se acuerdan), grupo de partidos políticos que gobernó nuestro país entre 1990 e inicios del 2010, al pedirle una reunión al Presidente para, finalmente, dejarlo con la mesa servida, evidenció la desinteligencia que invade a los obstruccionistas leninistas, a tal punto que, apelando a justificaciones estrambóticas y confusas hasta para quienes no entienden lo que leen, no consiguieron disfrazar sus miedos electorales al ceder a las pataletas del grupito de agitadores de moda.  

Me da vergüenza ajena pero, como raya para la suma, si la oposición pretende seguir así, les recomendaría dejar de hacernos perder el tiempo, delegar en la Confech la coordinación política y vocería de la Concertación y dedicarse a otra cosa.  

Ahora bien, las señales del Gobierno tampoco mejoraron. A horas del bochorno opositor, repetían la actitud premiando a los mismos agitadores al sentarlos con el ministro Felipe Bulnes mientras, en paralelo, estos seguían incitando al desgobierno, manteniendo paralizados colegios, liceos y universidades, justificando actos vandálicos, en fin, dando a entender al resto de la gallada que, si quieren conseguir algo sin mucho esfuerzo, nada mejor que desobedecer las leyes. Oye, si hasta los fiscales, en un acto inédito, paralizaron ayer sus actividades para llamar la atención de la autoridad.  

Que el Gobierno debe revisar porqué no funcionan los canales formales por los cuales los que andamos a pie podemos hacer ver nuestras solicitudes es una cosa, pero no por ello y mientras se coordinan, se van a dar el lujo de permitir que cualquiera les queme una micro con tal de conseguir lo que quiere.

Siguiendo la tendencia, a nadie debería extrañarle entonces que los diputados Cristi y Moreira anuncien una huelga de hambre por no haber sido designados senadores.

Esto nos lleva a repasar el segundo acontecimiento que evitó continuar con lo del cambio de gabinete. Las sucesiones de Pablo Longueira y Andrés Chadwick. Y no desde el punto de vista del mecanismo (de reemplazo), que todos (o casi todos) consideramos funesto, más bien desde la contradicción que resulta ver a la clase política hacer gárgaras con la participación ciudadana mientras designan, por excelentes personas que sean los ungidos, a meros proyectos que les permitan proteger sus cuotas de representación en el Congreso.  

No soy ingenuo y sé perfectamente que uno de los fines primordiales de un partido político es ese, pero no por ello voy justificar que se salga a vender la pomada con que “esto lo hacemos por la gente”.

Obvio es que la señora Ena Von Baer, a quién estimo desde mucho antes de verse involucrada (tan directamente) en el maravilloso mundo de la política partidista, fue designada por ser la única figura capaz de aguarle la fiesta (ambiciones) senatorial del alcalde de Puente Alto, Manuel Ossandón y no por evolución, ideas nuevas o implementación de la siútica política 2.0. ¿Se entiende?.

Es más, esta designación en particular forzará al Gobierno a explicar con peras y manzanas que la Ena salió porque ella quería. De lo contrario, inevitable serán las cuñas con frases como “premio de consuelo” o “no pudo como ministro, menos como Senador”, entre otras que, por respeto a ella, me rehúso a decir.

Estar en sintonía, saber leer lo que sucede, empatizar con la ciudadanía o ser conscientes de las deudas sociales en Chile no tiene que ver con acceder a todo y todos. A mi juicio pasa por respetar y hacer respetar la palabra, hacer lo que se dice y comportarse a la altura del mandato que, por la vía del voto, el pueblo les dio a cada uno.

Como les advertí la semana pasada: de no recuperar la cordura, ahora sí que sí podríamos estar frente a una crisis política real.

Matías Carrozzi

Sociólogo

 

Foto: Carlos Varela (CC).

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