El Dolor a Propósito de las Alumnas del Colegio Cumbres

04 Septiembre 2008
Esta penosa tragedia nos vuelve a poner en la encrucijada de preguntarnos ¿Qué hacer con el dolor? Por Orlando Contreras sj.
Orlando Contrer... >
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La trágica e inesperada muerte de nueve alumnas del Colegio Cumbre, en un accidente carretero cuando volvían del Lago Chungará, pone en el tapete, una vez más, el tema del dolor que golpea a sus familias y a toda una comunidad escolar; el dolor que levanta preguntas, que nos hace sentir impotente, que nos da rabia, que nos mueve el piso, y que nos descoloca.
No hablaré aquí sobre las causas del dolor –aunque bien conocemos qué fue lo que produjo la muerte de estas jovencitas: la imprudencia humana y no Dios como más de alguno piensa-. Dejemos para otros la explicación sobre las causas del dolor y centrémonos más bien en qué hacer frente al dolor propio o de aquéllos que son muy significativos para nosotros.
Dada la innegable existencia del dolor tenemos la ineludible misión de enfrentarlo y, en la medida de nuestras fuerzas, procurar aliviar los dolores de los demás. Nosotros mismos, dado que tenemos defectos, hemos de andar por la vida procurando no hacer sufrir a los demás, particularmente a las personas a las que queremos.
Desde la perspectiva cristiana, leyendo los Evangelios, encontramos que la misión de Jesús, en palabras de Pedro, fue “pasar haciendo el bien”. Contrariamente a lo que se esperaba -Juan Bautista anunciaba la pronta llegada de la ira de Dios a este mundo pecador- Jesús anuncia, con hechos y palabras, que Él viene para aliviar los dolores de los demás y restituir la dignidad de todos los que, por uno u otro motivo, sufren en su vida.
Los Evangelios nos muestran a un Jesús que, viendo a la multitud, sentía compasión de ellos porque veía sus dolores, sus enfermedades, las injusticias que padecían, la crueldad con la que eran tratados. A esta multitud doliente Jesús les dice dos cosas. Lo primero es “vengan a mí todos los que se sienten cansados y agobiados que yo los aliviaré”. Es decir, en Jesús, Dios se nos revela como alguien a quien podemos acudir en nuestro dolor y dejarnos abrazar por él, dejarnos consolar por él, dejarnos acariciar por él que seca nuestras lágrimas. Lo segundo que dice Jesús es “carguen con mi yugo que mi carga es suave y ligera”. ¿Cuál es el yugo que Jesús nos invita a tomar sobre nuestros hombros? Es el dolor de los demás; el es sufrimiento de los otros. En otras palabras lo que Jesús nos dice es “dame tu dolor que yo me hago cargo de él; pero tu anda y hazte cargo dolor de los demás”.
Pero todavía hay más. Dios, en la persona de su Hijo, asume y enfrenta el dolor. Es lo que se relata en los textos de la pasión. En ellos se nos habla de todo lo que sufrió Jesús: el abandono de sus amigos; la traición de Judas y la negación de Pedro; entregado por sus amigos en manos de sus enemigos Jesús, siendo inocente, sufre la condena de un juicio injusto, sufre la tortura, la burla, la humillación, el desprecio y, para terminar rematándola, Jesús sufre el abandono de su Padre: "¿Padre, por qué me has abandonado?” Esta pregunta de Jesús a Dios Padre es la que nos abre la puerta para que nosotros mismo hagamos a Dios todas las preguntas, habidas y por haber, sobre el dolor de los demás y sobre nuestro propio dolor. Pero Jesús no se queda solo en la pregunta que, al mismo tiempo, es una queja: el termina por entregarse en las manos de Dios: “en tus manos encomiendo mi espíritu”.
¿Qué era lo que movía la vida de Jesús? El amor: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Y fue este amor por sus amigos, y por todos nosotros, el que llevo a Jesús a enfrentar y a asumir el dolor sufriendo con llantos hasta transpirar sangre. Esta manera de amar y de enfrentar el dolo no podía quedar sin respuesta de parte de Dios Padre. Por eso lo resucito y al resucitarlo anuncia que el dolor y el sufrimiento no son la última palabra en la vida del ser humano.
Para los creyentes el modelo de vida es Jesús. Los textos de la pasión nos muestran a un Dios que, en la persona de Jesús, es débil, frágil, que llora, que sangra, que suplica y que finalmente se entrega en las manos de su Padre. De ese modo también nosotros estamos invitados a asumir y enfrentar el dolor. A esto hemos de agregar que, por la resurrección, tenemos la esperanza cierta que nuestro dolor es un dolor en y con esperanza.
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